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Avances para poner fin a la violencia contra las mujeres

Por Lakshmi Puri
Jefa interina de ONU Mujeres y Subsecretaria General

Lakshmi PuriEl año pasado, cuando los rebeldes se hicieron con las principales ciudades del norte de Malí, ONU Mujeres registró un repentino y drástico aumento de las violaciones en la primera semana de la toma de Gao y Kidal, en lugares en los que la mayoría de mujeres nunca denuncia este tipo de violencia a nadie, ni siquiera a los profesionales de la salud. Escuchamos historias de cómo se había secuestrado de sus casas a niñas de tan sólo 12 años de edad para llevarlas a campamentos militares donde se las violaba en grupo durante días para luego abandonarlas; de salas de cirugía y parto invadidas por hombres armados imponiendo códigos de vestimenta y ocupando las instalaciones sanitarias; de mujeres jóvenes castigadas, flageladas y torturadas por tener hijos fuera del matrimonio.

Esta semana, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se hizo eco de atrocidades similares procedentes de otras partes del mundo, y aprobó su cuarta resolución en sólo cinco años dedicada exclusivamente a la cuestión de la violencia sexual en el conflicto armado. Hasta hace poco este crimen era invisible, no se le prestaba atención o bien se omitía, considerado una consecuencia inevitable de la guerra. Sin embargo, actualmente se trata de una cuestión que el órgano mundial a cargo del mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales aborda de manera sistemática. Y este no es el único logro en materia de políticas conseguido en los últimos meses para transformar la violencia contra las mujeres de una pandemia a una aberración.

En marzo, la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer, el principal órgano para la formulación de políticas a nivel mundial dedicado a promover los derechos de las mujeres, alcanzó un acuerdo histórico sobre la violencia contra las mujeres. Esta declaración con miras al futuro exige el compromiso de los Estados Miembros de adoptar medidas que nunca antes se habían articulado tan explícitamente en documentos internacionales, incluidas las situaciones de conflicto y posteriores al conflicto. En abril, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó un nuevo tratado sobre el comercio de armas por el que se pide a los Estados partes exportadores considerar los riesgos de las armas que se utilizan “para cometer o facilitar actos graves de violencia de género o de violencia contra las mujeres”. Ese mismo mes, la Representante Especial del Secretario General sobre la violencia sexual en los conflictos identificó y denunció a los agresores de este crimen en su informe anual presentado al Consejo de Seguridad. Además, las ocho naciones más ricas del mundo firmaron un acuerdo histórico para colaborar hacia el fin de la violencia sexual en los conflictos. Bajo la presidencia del Reino Unido, el G8 acordó seis pasos fundamentales para abordar la impunidad y se comprometió a aportar 35 millones de dólares estadounidenses por concepto de nuevo financiamiento.

Esta muestra de avances en las políticas viene acompañada de crecientes exigencias para fomentar el empoderamiento de las mujeres y la igualdad de género y decir no a la violencia contra las mujeres. Este año empezó con protestas masivas en todas las ciudades importantes de la India tras una brutal violación en grupo que tuvo lugar en Nueva Delhi, que luego desencadenaron revueltas públicas contra la agresión sexual en Brasil, Sudáfrica y otros países. Nunca antes se había presenciado estos niveles de movilización popular internacional como consecuencia de incidentes individuales de violencia contra las mujeres.

Lo que más sorprende es que esto sucede en un momento en que un fundamentalismo en auge, una austeridad generalizada y un militarismo continuado amenazan con revertir los derechos de las mujeres y marginar las peticiones relacionadas con la igualdad de género. Hoy en día, las y los activistas a favor de los derechos de las mujeres han arriesgado sus vidas para denunciar la violación en Malí; las refugiadas que huyen de Siria están sufriendo matrimonio forzado y precoz en comunidades de refugiados de países vecinos; y se ataca de manera despreciable a niñas que sencillamente quieren tener una educación en Afganistán o Pakistán. Los hechos sobre lo que la Organización Mundial de la Salud recientemente ha calificado como “un problema de salud global de proporciones epidémicas” básicamente no han cambiado. Más de un tercio de todas las mujeres y niñas, en países ricos o pobres, en periodos de paz o de guerra, experimentarán la violencia a lo largo de sus vidas, la gran mayoría de ellas a manos de su compañero sentimental.

La última resolución del Consejo de Seguridad y otros logros recientes en materia de políticas son indicios de progreso. Ahora sus palabras inspiradoras deben convertirse en medidas, invirtiendo en el empoderamiento y el liderazgo de las mujeres como la estrategia de prevención más eficaz para poner fin a la violencia contra las mujeres. No es casualidad que la mayoría de avances en la jurisprudencia internacional reciente sobre crímenes de guerra contra las mujeres los hayan conseguido mujeres pioneras al frente de tribunales internacionales o que lideran procesos judiciales internacionales. En la misma línea, las medidas legislativas y de políticas no bastan para ayudar a una mujer víctima de maltrato a escapar de una situación de abusos y permitirle rehacer su vida: sólo una mayor igualdad entre los sexos cambiará el curso de la prevención y la eliminación de la violencia contra las mujeres y niñas.

Estos pasos positivos deben reforzarse con medidas decisivas adoptadas por los gobiernos nacionales. A ellos les corresponde asegurar que la violencia contra las mujeres y niñas en primer lugar no llegue a ocurrir, y que, cuando ocurra, las víctimas tengan una respuesta rápida y apropiada, incluido un acceso efectivo a la justicia. Para ello, debemos contar con una cooperación internacional firme, entre entidades regionales y multilaterales, incluida ONU Mujeres, para empoderar a las mujeres y las niñas y poner fin a las atrocidades. Asimismo, se necesita esfuerzos decididos por parte de las organizaciones de la sociedad civil y el movimiento mundial a favor de las mujeres para recordar tanto a los gobiernos nacionales como a las organizaciones internacionales que no basta con unas cuantas palabras, con unas cuantas medidas, sino que debemos aspirar a lo más alto y seguir avanzando.