Cerca de 140 millones de menores de edad se convierten en víctimas de esta práctica tradicional criminal que predomina en países de África y el Medio Oriente.
El afán por controlar el cuerpo femenino e impedir el derecho de estas niñas y mujeres jóvenes a sentir placer sexual en un futuro, hace que se permitan estas prácticas violatorias, a través de ese procedimiento doloroso, sin importar su estrato socioecónomico (aunque las mujeres más pobres sufren intervenciones mucho más insalubres). La mutilación incluso ha causado la muerte de las niñas que son obligadas a cargar con esa costumbre.
La forma más cruel y severa de este método es la infibulación, que consiste en la extirpación del clítoris para luego cerrar los labios mayores y coserlos cuando cicatricen, con el fin de bloquear la vagina y solo permitir la salida de la orina y el flujo menstrual.
Grupos de mujeres cuestionan también que en Europa, donde se ha acrecentado esa práctica, no hay un interés de las autoridades por implementar políticas que la frenen; por el contrario, hay menores que nacen en ese continente que son trasladadas a los países de origen de sus padres para ser mutiladas.