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LO QUE ME QUEDA DE ELLAS

POR Tere Lanza, Católicas por el Derecho a Decidir/Bolivia

Imposible describir  la tristeza que siento cuando escribo estas líneas. Perder a dos mujeres tan queridas, tan cercanas y tan lejanas a la vez me ha generado un montón de sentimientos que por más que intento no puedo expresarlos.

Myriam Merlet y  Anne Marie Coriolan, a las que se unió  Magalie Marcelin murieron tras el terremoto que sañudamente  desbastó Puerto Príncipe el pasado 12 de enero.  Uno de los más feroces  y sañudos ocurridos en los últimos años en la región, en un sitio de condiciones dramáticamente  vulnerables.

 

Ellas dirigían tres de las organizaciones más importantes del país comprometidas con  los derechos de las mujeres y las niñas .  Me enteré recién por uno de los tantos e-mails que circulan estos días, que Myriam Merlet, era apodada la “guerrera de la vagina”, que  tenía 53 años, que volvió a Haití a mediados de los 80, después de vivir y estudiar en Canadá y que en un ensayo desnudó su ser diciendo cosas como  “sentí la necesidad de descubrir  quién era y dónde estaba mi alma. Elegí ser una mujer haitiana. ”

Se me quedó en el alma la figura imponente y hermosa de Myriam, me llenó los ojos para siempre el verla bailar en una  fiesta de la Campaña “28 de Septiembre” en un día frio del invierno limeño; esa imagen de plenitud tan viva y real,   reafirmó mi convicción del ser y estar feminista, auténtica, feliz de haber nacido mujer y ser parte del grupo donde Myriam marcaba la diferencia al vaivén de sus enormes caderas y sus largas simbas entrelazadas por hilos de plata que no eran sino la señal de la experiencia.  Sentí tanta felicidad y tanto agradecimiento a la vida, me vi privilegiada,  dichosa de ser parte de ese grupo de mujeres guerreras, indomables y porfiadamente comprometidas con los derechos de otras mujeres.  Nuestro último encuentro fue en Berlín donde una vez más nos juntamos muchas de nosotras para continuar el trabajo que como militantes feministas nos arrogamos, y allí estaba también Anne Marie, si, la Corolian, la que se juntó a Myriam para el viaje final… alta, flaca como ella sola, simpáticamente desgarbada  y con la sonrisa más bonita y sincera que yo haya visto, un espíritu transparente, cálido y alegre envuelto por metros de piel oscura como la noche.   Hablamos mucho,  hicimos un grupo ellas dos y mi hija Andrea que es del bando de las jóvenes, el idioma no fue obstáculo porque hablaba el corazón…pocos meses después nos vemos frente a la nada, al estupor ante la tragedia, la impotencia, la frustración y el dolor que nos ahoga y no nos permite articular palabra alguna… mucho, muchísimo dolor.

No fue poco lo que hicieron Myriam y Anne Marie por las mujeres y niñas haitianas; no fue poco lo que hicieron por las mujeres de la región y no fue poco lo que nos dejaron de herencia, como tampoco es poco el dolor inmenso que sentimos por  su partida.  Que las diosas y dioses las acompañen en su viaje al infinito, que las cubran de estrellas y flores multicolores, y que las cobijen bajo un  manto de algodón y seda cuando sientan frio…